Chad Brooks
24 de agosto, 2012 | Comentario
En los últimos años, he estado pasado por el proceso de ordenación en la Iglesia Metodista Unida, donde se me ha preguntado por qué me hice metodista.
Si se tiene en cuenta mi trasfondo, se trata de una buena pregunta. El haber crecido como hijo de un predicador de la Iglesia Bautista del Sur, en una congregación numerosa, no es lo que uno describiría como el mejor lugar para ser influenciado por los hermanos Wesley, los padres de la iglesia y los monjes del desierto.
No obstante, he llegado a creer que, en el siglo XXI, el sistema wesleyano de salvación y discipulado tiene más posibilidades para llevar a la gente a Cristo. De modo que, quiero compartir tres razones por las que me hice metodista.
Santificación completa
Cuando estaba en la universidad, recuerdo que participé en un estudio bíblico sobre Romanos 6. Una tarde, en un momento de angustia como joven adulto, alguien dijo: "¿Estás tratando de decir que es posible NO pecar?" El silencio fue total, mientras el líder del grupo empezó a explicar el concepto wesleyano de la santidad y la perfección cristiana.
En sólo un momento se disiparon años de arreglos, luchas, preguntas y falsa desaprobación espiritual. En lugar de abordar el pecado como un vaquero, la tarea se centró en Cristo. Llenar la vida con cosas santas y dejar que Cristo se encargue de todo.
Al entrar al seminario, los estudios más académicos de la santificación continuaron siendo fructíferos. Empecé a leer los sermones de Wesley y otras publicaciones. Me hice miembro de un grupo en el cual nos llamábamos a cuenta en el asunto de la santificación. Es extraño que una doctrina pueda producir tanto cambio, pero lo hizo.
Conciencia sacramental
Cuando era niño, mi pastor dijo "Este es el cuerpo y sangre de Cristo", durante la comunión que tomábamos cada dos meses. Creí esas palabras, hasta que llegué a una universidad bautista conservadora donde se me dijo que no era así. Nunca había tenido una creencia como la católica, pero también me pareció raro lo que decían los bautistas, porque esas palabras tenían que significar algo.
Ocurrió lo mismo con el bautismo. Recuerdo que me frustraba lo alto que pensábamos acerca del bautismo, a pesar de que los bautistas lo explicábamos como un simple segundo paso después de la conversión. Se hablaba mucho de él hasta que se celebraba, y después no se volvía a mencionar. Era un asunto pasajero.
En ambos casos, el concepto wesleyano de los sacramentos como algo que Dios hace, no nosotros, llenaba mi corazón. El metodismo coloca los sacramentos al frente de la vida cristiana. Aprendemos lo que significa girar alrededor de la presencia de Cristo y darnos cuenta del poder que tenemos en nuestro bautismo. La vida cristiana va y viene alrededor de estos santos misterios en los que Dios se ha mostrado a sí mismo y entregado a sí mismo a nosotros. Nos da el poder de vivir en el camino de una vida de santidad. Dios está con nosotros y Dios nos da el poder.
Una tradición de fe
En la universidad, tomé una clase sobre la historia de la iglesia cristiana. Una tarea era memorizar el Credo de los Apóstoles, y frustrado exclame: "Nadie ha repetido esto en mil años, no quiero memorizarlo". Mi novia, sentada frente a mí, empezó a decirlo de memoria: "Creo en Dios Padre, Todopoderoso, Creador de los cielos y la tierra&ellipsis;". Quedé boquiabierto. Me contó que ella creció recitando el Credo durante el culto cada domingo. Me di cuenta que mi fe tenía un legado más rico de lo que imaginé. Empecé a leer los escritos de los Padres de la Iglesia y encontré lo que buscaba.
En la Iglesia Metodista Unida, encontré la práctica de la fe histórica que también nos anima a movernos hacia adelante para contextualizar la adoración para el siglo XXI.
También encontré un hogar en el legado de Juan Wesley. Veo que desciendo de algo y alguien. Puedo rastrear a mis padres y madres espirituales. Encontré una fe con fronteras definidas y con declaraciones sobre lo que significa pertenecer.
A menudo le digo a la gente que me siento como si hubiera nacido metodista. Lo que encontré fue una familia de fe que puso en palabras lo que siempre sentí por años. Era un metodista en el closet, pero hoy soy parte de esta tradición. Soy metodista unido.
24 de agosto, 2012 | Comentario
Si se tiene en cuenta mi trasfondo, se trata de una buena pregunta. El haber crecido como hijo de un predicador de la Iglesia Bautista del Sur, en una congregación numerosa, no es lo que uno describiría como el mejor lugar para ser influenciado por los hermanos Wesley, los padres de la iglesia y los monjes del desierto.
No obstante, he llegado a creer que, en el siglo XXI, el sistema wesleyano de salvación y discipulado tiene más posibilidades para llevar a la gente a Cristo. De modo que, quiero compartir tres razones por las que me hice metodista.
Santificación completa
Cuando estaba en la universidad, recuerdo que participé en un estudio bíblico sobre Romanos 6. Una tarde, en un momento de angustia como joven adulto, alguien dijo: "¿Estás tratando de decir que es posible NO pecar?" El silencio fue total, mientras el líder del grupo empezó a explicar el concepto wesleyano de la santidad y la perfección cristiana.
En sólo un momento se disiparon años de arreglos, luchas, preguntas y falsa desaprobación espiritual. En lugar de abordar el pecado como un vaquero, la tarea se centró en Cristo. Llenar la vida con cosas santas y dejar que Cristo se encargue de todo.
Al entrar al seminario, los estudios más académicos de la santificación continuaron siendo fructíferos. Empecé a leer los sermones de Wesley y otras publicaciones. Me hice miembro de un grupo en el cual nos llamábamos a cuenta en el asunto de la santificación. Es extraño que una doctrina pueda producir tanto cambio, pero lo hizo.
Conciencia sacramental
Cuando era niño, mi pastor dijo "Este es el cuerpo y sangre de Cristo", durante la comunión que tomábamos cada dos meses. Creí esas palabras, hasta que llegué a una universidad bautista conservadora donde se me dijo que no era así. Nunca había tenido una creencia como la católica, pero también me pareció raro lo que decían los bautistas, porque esas palabras tenían que significar algo.
Ocurrió lo mismo con el bautismo. Recuerdo que me frustraba lo alto que pensábamos acerca del bautismo, a pesar de que los bautistas lo explicábamos como un simple segundo paso después de la conversión. Se hablaba mucho de él hasta que se celebraba, y después no se volvía a mencionar. Era un asunto pasajero.
En ambos casos, el concepto wesleyano de los sacramentos como algo que Dios hace, no nosotros, llenaba mi corazón. El metodismo coloca los sacramentos al frente de la vida cristiana. Aprendemos lo que significa girar alrededor de la presencia de Cristo y darnos cuenta del poder que tenemos en nuestro bautismo. La vida cristiana va y viene alrededor de estos santos misterios en los que Dios se ha mostrado a sí mismo y entregado a sí mismo a nosotros. Nos da el poder de vivir en el camino de una vida de santidad. Dios está con nosotros y Dios nos da el poder.
Una tradición de fe
En la universidad, tomé una clase sobre la historia de la iglesia cristiana. Una tarea era memorizar el Credo de los Apóstoles, y frustrado exclame: "Nadie ha repetido esto en mil años, no quiero memorizarlo". Mi novia, sentada frente a mí, empezó a decirlo de memoria: "Creo en Dios Padre, Todopoderoso, Creador de los cielos y la tierra&ellipsis;". Quedé boquiabierto. Me contó que ella creció recitando el Credo durante el culto cada domingo. Me di cuenta que mi fe tenía un legado más rico de lo que imaginé. Empecé a leer los escritos de los Padres de la Iglesia y encontré lo que buscaba.
En la Iglesia Metodista Unida, encontré la práctica de la fe histórica que también nos anima a movernos hacia adelante para contextualizar la adoración para el siglo XXI.
También encontré un hogar en el legado de Juan Wesley. Veo que desciendo de algo y alguien. Puedo rastrear a mis padres y madres espirituales. Encontré una fe con fronteras definidas y con declaraciones sobre lo que significa pertenecer.
A menudo le digo a la gente que me siento como si hubiera nacido metodista. Lo que encontré fue una familia de fe que puso en palabras lo que siempre sentí por años. Era un metodista en el closet, pero hoy soy parte de esta tradición. Soy metodista unido.