Todos tratamos de no pensar en la muerte. Lo interesante es que, en mi estudio de la teología de la muerte de Juan Wesley, me encuentro pensando sobre el tema todos los días. Algunos podrían pensar que esto no es sano o quizá hasta neurótico. Con todo, estoy en la buena compañía de las antiguas generaciones de la iglesia. Por siglos, la tradición del ars moriendi (= arte de morir) tuvo un lugar prominente en la vida de los creyentes.
El arte de morir consistía en un cuerpo de literatura que ayudaba a los cristianos a prepararse para la muerte. Aunque la práctica del arte de morir empezaba a declinar en el tiempo de Wesley, él descubrió las riquezas de la tradición al leer el libro de Jeremy Taylor, The Rule and Exercises of Holy Dying.
Wesley promovió con tanto éxito el arte de morir, que los primeros metodistas fueron conocidos por sus "buenas muertes". Un doctor que trató a varios metodistas le dijo a Wesley, "la mayoría de la gente muere con miedo a morir. Nunca me he encontrado con gente como la tuya. Ninguno le tiene miedo a la muerte, sino que están calmados, pacientes y resignados hasta el final".
¿Qué fue lo que Juan Wesley y los primeros metodistas descubrieron, que les permitió morir con tanta seguridad? Primero, Wesley enfrentó la realidad de la muerte. Hoy vivimos en una cultura que niega la muerte. La muerte no es sólo un tema tabú sino que nos aislamos de la gente que está enferma o que está muriendo. Para la mayoría es fácil ignorar la propia mortalidad hasta que la tragedia golpea nuestra vida. En cambio, Wesley buscaba a los que estaban muriendo porque quería ayudarlos en sus últimos días y porque quería aprender de aquellos que pasaban por el proceso de morir. En su diario, Wesley registró el siguiente sentimiento: "Aquí encuentro a esta persona X, más débil y alegre que nunca. Su vida parecía alargarse hasta el último respiro. Pasé media hora con ella, para enseñarle y, a la vez, aprender de ella, cómo morir".
Wesley también se dio cuenta que ignorar la muerte nos quita la oportunidad de examinar la condición de nuestra alma y lograr paz con Dios. "¿Nunca piensas en la muerte?", preguntó en un sermón, "¿por qué no lo haces? ¿Nunca morirás? Está destinado que todos los humanos mueren. ¿Qué viene después? Sólo el cielo y el infierno. ¿Alejarás a la muerte, si no piensas en ella? Ni una hora o minuto". El pensar en el fin de nuestra existencia terrenal nos da tiempo para examinar nuestra condición delante de Dios en forma honesta y cabal. Si dejamos esto para el final, recargamos innecesariamente el proceso de morir con incertidumbre y ansiedad.
Más importante, Wesley sabía que el secreto para morir bien es vivir bien. Si mantenemos nuestro fin a la vista, recordaremos que la vida es un precioso don de Dios que no debe ser despilfarrado en empresas sin importancia. Wesley le dijo a sus seguidores:
"No tienes tiempo que perder; asegúrate de redimir cada momento que queda. Quita todo obstáculo del camino, no importa cuán pequeño sea&ellipsis; que podría obstruir tu humildad y mansedumbre, tu seriedad de espíritu, tu sola intención de glorificar a Dios, en todos tus pensamientos, palabras y acciones".
Quienes invierten sus vidas en glorificar a Dios no tienen que temer a la muerte; la muerte viene, más bien, como otra oportunidad para que la gracia de Dios se manifieste.
El Espíritu de Dios era tan patente en las muertes de los metodistas, que Wesley regularmente publicó relatos describiendo los últimos momentos de la vida de sus seguidores, a fin de animar a los creyentes. Un tema común en estos relatos es que la forma en que los metodistas morían era una continuación de la forma en que vivieron. Al reflexionar en la muerte de William Green, Wesley escribió: "Murió así como vivió, en la plena certidumbre de la fe, alabando a Dios hasta su último aliento". De otro creyente, dijo: "Era una mujer de fe y oración; en la vida y en la muerte, adorando la doctrina de Dios su salvador".
Así como aprender el arte de cualquier oficio toma tiempo y esfuerzo, el arte de morir requiere toda nuestra atención. Esto no quiere decir que nos tenemos que volver fatalistas o desarrollar una fijación enferma en la muerte. Significa que, como creyentes, vivimos en el conocimiento de que una buena muerte es la culminación de una vida vivida para la gloria de Dios.
En otro sermón, Wesley dijo:
"¿Qué religión predico? La religión del amor; la ley de la bondad revelada por el evangelio. ¿Qué bien nos produce? Hace que todos los que la reciben gocen de Dios y de sí mismos. Los hace como Dios, amando a todos; contentos con su vida; y diciendo en su lecho de muerte, con calmada seguridad: ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? Gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!"
Que todos estemos guiados por la religión del amor, para que en la vida y en la muerte, demos testimonio de la esperanza de redención que está en Cristo, la cual va más allá de la tumba.
*Johnson cursa un doctorado en estudios wesleyanos en la Universidad de Manchester.