Frederick Schmidt*
23 de Julio, 2012 | Comentario UMNS
Muchos en la derecha y la izquierda están convencidos de que saben lo que Dios quiere en el terreno político. Ahora que las campañas presidenciales se inflaman, ambos bandos alistan a Dios como endosando a uno de los candidatos a la presidencia. Esta es una certeza insólita, si uno se da cuenta de lo difícil que es aplicar la Biblia a cualquier dimensión de la vida política contemporánea.
El Antiguo Testamento tiene que ver con una pequeña federación de tribus que poco y nada podía hacer para reaccionar a la política de sus vecinos. Israel no se distinguía religiosa o políticamente. Además, la Biblia afirmaba que el sistema monárquico es un sustituto insignificante del ideal de ser gobernados directamente por Dios.
El Nuevo Testamento levanta otros desafíos. Jesús se dirigió a una nación que ya no controlaba su destino político, sino que forcejeaba por la poca libertad que podía obtener de Roma. Jesús aceptó esta situación como algo que se daba por sentado y animó a sus seguidores a distinguir entre sus obligaciones para con Dios y las inescapables demandas del Imperio Romano. El resto del Nuevo Testamento se dirige mayormente a una naciente iglesia que era una secta dentro del judaísmo sin ninguna voz política.
Por estas razones, el Nuevo Testamento llama a una conducta social que responde a la voz de Dios en formas que transforma el quehacer de los cristianos que viven y trabajan en instituciones sociales del primer siglo. De modo que, no sorprende que sus escritores no llamen a la iglesia a confeccionar o cambiar las políticas de Roma.
En ambos testamentos, las instituciones en las que los judíos y cristianos vivían eran muy diferentes de las instituciones de hoy. El mundo antiguo estaba lleno de reyes, imperios, tribus y teocracias. Este mundo nada sabía de la moderna nación-estado. Las ideas sobre democracia y republicanismo poco y nada tenían que ver con lo que hoy entendemos por ellas y, en su mayoría, fueron sólo esfuerzos localizados y de poca duración. Los sistemas económicos del mundo antiguo también eran diametralmente distintos a los que hoy. En su mayor parte, estaban basados en el intercambio de bienes.
Para complicar más las cosas, cuando la Biblia habla de fenómenos sociales usando lenguaje que nos es familiar, lo normal es que se refiera a realidades muy diferentes a las nuestras. Por ejemplo, en el mundo antiguo, el "pobre" no lo era porque pertenecía a una clase socio-económica, sino porque se trataba de gente que carecía del liderazgo de un varón (padre o esposo).
Ahora bien, toda la complejidad asociada con la interpretación bíblica no significa que los cristianos estén exentos de la obligación de hacer decisiones sobre cómo vivir en este mundo ni los libra de la obligación de votar o evaluar a los candidatos a la presidencia. Pero los cristianos del año 2012 están llamados a hacer un número de decisiones para las cuales no hay precedentes inequívocos en la antigüedad. Decisiones sobre cosas como el fin de la vida, los anticonceptivos o el aborto.
Las decisiones no son fáciles ni son apoyadas inequívocamente por la Biblia, como la izquierda y la derecha quisieran. El tiempo moderno no hace que sea más fácil discernir qué se debe hacer, sea que hablemos de la agenda ética de los conservadores o liberales.
No vivimos en una nación cristiana. Los cristianos no son, por definición, americanos, ni los americanos son, por definición, cristianos.
Aparte del voto del cristiano individual, no hay una causa pública a la que apelar en ciertos casos de moralidad privada. Del mismo modo, tampoco hay una causa cristiana a favor de ciertas medidas sociales.
La prioridad cristiana comunal y personal de practicar la misericordia no se traduce fácilmente en políticas sociales, de la misma forma en que la práctica de la misericordia se traducirá siempre en una compasión efectiva. La prioridad cristiana del perdón no siempre encontrará analogía en la política exterior de las naciones.
A fin de cuentas, siempre viviremos en tensión con la forma en que nuestro país navega la historia. Debemos estar involucrados en la vida política, pero con frecuencia estaremos forzados a evaluar las prioridades seculares a la luz de las demandas transcendentales que Dios no impone en nuestras vidas. Con frecuencia encontraremos que no se trata de un gobierno dado por Dios, sino de un gobierno que se las da de Dios. Como sea, no estamos llamados a edificar una ciudad de Dios, sino de participar en el reinado de Dios.
*Schmidt es director de formación espiritual y profesor asociado de espiritualidad cristiana en la Universidad Metodista del Sur y la Escuela de Teología Perkins.
23 de Julio, 2012 | Comentario UMNS
Muchos en la derecha y la izquierda están convencidos de que saben lo que Dios quiere en el terreno político. Ahora que las campañas presidenciales se inflaman, ambos bandos alistan a Dios como endosando a uno de los candidatos a la presidencia. Esta es una certeza insólita, si uno se da cuenta de lo difícil que es aplicar la Biblia a cualquier dimensión de la vida política contemporánea.
El Antiguo Testamento tiene que ver con una pequeña federación de tribus que poco y nada podía hacer para reaccionar a la política de sus vecinos. Israel no se distinguía religiosa o políticamente. Además, la Biblia afirmaba que el sistema monárquico es un sustituto insignificante del ideal de ser gobernados directamente por Dios.
El Nuevo Testamento levanta otros desafíos. Jesús se dirigió a una nación que ya no controlaba su destino político, sino que forcejeaba por la poca libertad que podía obtener de Roma. Jesús aceptó esta situación como algo que se daba por sentado y animó a sus seguidores a distinguir entre sus obligaciones para con Dios y las inescapables demandas del Imperio Romano. El resto del Nuevo Testamento se dirige mayormente a una naciente iglesia que era una secta dentro del judaísmo sin ninguna voz política.
Por estas razones, el Nuevo Testamento llama a una conducta social que responde a la voz de Dios en formas que transforma el quehacer de los cristianos que viven y trabajan en instituciones sociales del primer siglo. De modo que, no sorprende que sus escritores no llamen a la iglesia a confeccionar o cambiar las políticas de Roma.
En ambos testamentos, las instituciones en las que los judíos y cristianos vivían eran muy diferentes de las instituciones de hoy. El mundo antiguo estaba lleno de reyes, imperios, tribus y teocracias. Este mundo nada sabía de la moderna nación-estado. Las ideas sobre democracia y republicanismo poco y nada tenían que ver con lo que hoy entendemos por ellas y, en su mayoría, fueron sólo esfuerzos localizados y de poca duración. Los sistemas económicos del mundo antiguo también eran diametralmente distintos a los que hoy. En su mayor parte, estaban basados en el intercambio de bienes.
Para complicar más las cosas, cuando la Biblia habla de fenómenos sociales usando lenguaje que nos es familiar, lo normal es que se refiera a realidades muy diferentes a las nuestras. Por ejemplo, en el mundo antiguo, el "pobre" no lo era porque pertenecía a una clase socio-económica, sino porque se trataba de gente que carecía del liderazgo de un varón (padre o esposo).
Ahora bien, toda la complejidad asociada con la interpretación bíblica no significa que los cristianos estén exentos de la obligación de hacer decisiones sobre cómo vivir en este mundo ni los libra de la obligación de votar o evaluar a los candidatos a la presidencia. Pero los cristianos del año 2012 están llamados a hacer un número de decisiones para las cuales no hay precedentes inequívocos en la antigüedad. Decisiones sobre cosas como el fin de la vida, los anticonceptivos o el aborto.
Las decisiones no son fáciles ni son apoyadas inequívocamente por la Biblia, como la izquierda y la derecha quisieran. El tiempo moderno no hace que sea más fácil discernir qué se debe hacer, sea que hablemos de la agenda ética de los conservadores o liberales.
No vivimos en una nación cristiana. Los cristianos no son, por definición, americanos, ni los americanos son, por definición, cristianos.
Aparte del voto del cristiano individual, no hay una causa pública a la que apelar en ciertos casos de moralidad privada. Del mismo modo, tampoco hay una causa cristiana a favor de ciertas medidas sociales.
La prioridad cristiana comunal y personal de practicar la misericordia no se traduce fácilmente en políticas sociales, de la misma forma en que la práctica de la misericordia se traducirá siempre en una compasión efectiva. La prioridad cristiana del perdón no siempre encontrará analogía en la política exterior de las naciones.
A fin de cuentas, siempre viviremos en tensión con la forma en que nuestro país navega la historia. Debemos estar involucrados en la vida política, pero con frecuencia estaremos forzados a evaluar las prioridades seculares a la luz de las demandas transcendentales que Dios no impone en nuestras vidas. Con frecuencia encontraremos que no se trata de un gobierno dado por Dios, sino de un gobierno que se las da de Dios. Como sea, no estamos llamados a edificar una ciudad de Dios, sino de participar en el reinado de Dios.
*Schmidt es director de formación espiritual y profesor asociado de espiritualidad cristiana en la Universidad Metodista del Sur y la Escuela de Teología Perkins.