Por Amy Rebecca Mellor y André Luiz de Oliveira Domingues
"... hasta que desde lo alto el Espíritu sea derramado sobre nosotros. Entonces el desierto se volverá un campo fértil, y el campo fértil se convertirá en bosque. La justicia morará en el desierto, y en el campo fértil habitará la rectitud. El producto de la justicia será la paz; tranquilidad y seguridad perpetuas serán su fruto" (Isaías 32:15-17).
Por miles de años, la gente se ha alimentado cultivando plantas a lo largo del río Santa Cruz, que fluye desde el norte, desde Sonora a Arizona. El Santa Cruz ha sido siempre parte importante del desierto y la vida ribereña de una zona árida.
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El crecimiento de las ciudades del sur de Arizona y la sobre explotación de las aguas subterráneas han causado que el Santa Cruz fluya sólo después de las tormentas de lluvia. Aunque el río se encuentra disminuido, la agricultura a su ribera se mantiene.
En Tucson, AZ, hay una comunidad agrícola administrada por un banco de alimentos y la escuela secundaria (High School). Se le conoce como "The Urban Farm", aunque su nombre es "Las Milpitas de Cottonwood". La comunidad empezó en marzo del 2011 en unas siete hectáreas a lo largo del terreno inundable del Santa Cruz.
Después de una serie de reuniones comunitarias, los jóvenes de siete escuelas (High School) y universidades pasamos el verano, con temperaturas de más de 100 grados, trabajando para sentar el fundamento de esta comunidad agrícola. Los estudiantes del Proyecto Agrícola Juvenil empezaron a construir huertas para que estuviesen listas para que los miembros de la comunidad las usaran para cultivar sus verduras. Tuvimos que cavar dos pies para después llenarlos de abono orgánico con tierra que nosotros mismos confeccionamos con estiércol de caballo. El resto de la tierra la llevamos en carretillas por todo el lugar, para formar zanjas, bermas y acueductos para dirigir y acumular el agua de lluvia. Los mezquites con su sombra, los cactus y cosechas nativas prosperan por la lluvia que penetra el suelo.
Después llegó el otoño y vimos los resultados: cincuenta huertas llenas de verduras que las familias cultivaron, eventos comunitarios, talleres sobre cómo labrar un huerto, y jóvenes voluntarios que colaboran regularmente. Logramos nuestro propósito: Crear un espacio para que la comunidad comparta y aprenda a pasar el tiempo juntos, involucrar a los jóvenes para que aprendan la importancia de cultivar alimentos y ser parte de algo más grande que ellos mismos. Familias mexicanas, refugiados butaneses y grupos comunitarios han adoptado Las Milpitas, y así tienen acceso a alimentos orgánicos.
Algunas familias empezaron a plantar en la granja después de ver que sus hijos cultivaban sus huertas en la Escuela Bilingüe Davis, a unas pocas millas del río. La huerta de Davis empezó en 1994 en honor de un estudiante que murió en un viaje a México, pero no había estado muy activa. Cuando empezamos nuestra práctica en la escuela, los maestros y padres mostraron interés en revitalizarla. No pasó mucho tiempo para que la huerta comunitaria de Davis prosperara y creciera. En menos de un año, cinco clases trabajaban en huertas a nivel del suelo donde cultivaban zapallos, trigo, yerbas medicinales, apazotes, yerba buena, cilantro, flores. Tenemos mezquitas, gallineros, árboles nativos y arbustos. Se ha creado un fuerte sentido de comunidad. Más de 70 estudiantes, padres de familia, maestros, vecinos y voluntarios se juntan para comer y cultivar la huerta.
Como parte de nuestra práctica universitaria, hicimos que esto fuese posible. Trabajamos con niños desde kindergarten hasta el 5 grado. Estamos trabajando con los maestros para integrar la huerta al currículo de la escuela, para demostrar cómo dicha actividad produce pensamiento crítico, así como una experiencia de aprendizaje y vida al aire libre. Los estudiantes son testigos de todo el proceso de cultivo de alimentos, desde el fertilizante, la preparación del terreno, la plantación de semillas, el cuidado de las plantas, la cosecha, la cocina, y la recolección de más semilla.
Los estudiantes están orgullosos. Enseñan a sus padres cómo polinizar, empezar una huerta en sus hogares plantando rúcula, gombo y calabazas, y probar de las quesadillas de flor de calabaza que ellos mismos preparan. Es un gozo trabajar con niños, para ayudarlos a desarrollar una conexión entre el comer y la tierra que los alimenta, algo crucial para crear un cambio a favor del medioambiente. No toma mucho tiempo para que también se den cuenta de las conexiones con la justicia social en relación a los trabajadores del campo.
--Amy Rebecca Mellor y André Luiz de Oliveira Domingues, metodistas unidos de la Conferencia Anual de Nueva York y estudiantes de la Universidad de Arizona, Tucson.
el Intérprete, marzo-abril, 2012