Por Víctor A. Alers Serra*
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La muerte es parte de la vida; todo ser vivo muere. La forma en que procesamos la muerte es muy personal y se encuentra influenciada por nuestro entorno cultural y religioso. Sin embargo, aunque podamos entender que todos moriremos algún día, la sola palabra "muerte" genera ansiedad. El trauma es mucho más agudo cuando la muerte ocurre por alguna enfermedad, en forma repentina, por suicidio o de alguna otra forma trágica.
El duelo es un dolor emocional que se acentúa cuando la muerte ocurre por alguna tragedia.
A fines del año pasado, tuvimos un duelo nacional por la masacre ocurrida en Newtown, Connecticut. ¿Cómo explicar algo tan terrible a los niños y niñas que presenciaron el asesinato de sus compañeros/as de escuela? ¿Qué decirle a los padres y madres que ya no volverán a abrazar a sus hijos e hijas que les fueron arrebatados trágicamente?
Toda persona que ha perdido a un ser amado en una tragedia se encuentra atravesando por un profundo dolor emocional. Por tanto, debemos ser muy cautelosos con lo que le decimos. Es muy importante establecer un ministerio de acompañamiento, teniendo en consideración una regla fundamental: "cuando no sé qué decir, no digo nada". Sólo los acompañamos, prestamos nuestro hombro, damos un abrazo, brindamos un espacio para que las personas se desahoguen, sin juzgarlas; sólo escuchamos y permitimos que se expresen. Esto es parte necesaria del proceso de duelo.
Por lo general, el duelo tiene tres fases. La primera es la fase de entumecimiento o "shock". Esta fase se caracteriza por sentimientos de intensa desesperación, ira, negación y aturdimiento. La segunda fase produce desorganización y desesperanza, donde la realidad de la pérdida comienza a establecerse. Finalmente, la tercera etapa es la de reorganización, donde el individuo comienza a experimentar la sensación de reincorporarse a la vida. La duración de cada fase es un asunto muy individual y depende de las circunstancias que rodean la muerte del ser amado.
En casos extremos, como la masacre de Sandy Hook, la intensidad de estas fases se agudiza. Deseo enumerar algunas pautas que pueden ser herramientas útiles en esta labor de consolación.
Las personas en duelo:
- Necesitarán apoyo incondicional por mucho tiempo.
- Tendrán muchos altibajos durante el proceso de duelo, por lo que debemos ser compasivos y amorosos.
- Es importante respaldarlos en los rituales fúnebres y servicios religiosos que realicen.
- Hay que ayudar en lo que se pueda y le permitan a uno hacer por ellos. Hablamos de cosas prácticas como cocinar, limpiar la casa, realizar trámites, etc.
- Hay que ofréceles el hombro (literalmente) y darles tiempo suficiente para llorar y desahogarse.
Es importante considerar lo siguiente:
- Entendamos que puede haber mucho enojo y muchos reclamos a Dios. Escuchemos sin prejuicios, con amor. No intentemos de explicar lo que no se puede.
- El dolor por la pérdida de un hijo o hija puede aumentar con el paso de los días. Cumplamos la recomendación apostólica: “lloren con los que lloran” (Romanos 12:15, NVI).
- No hacer comentarios como: “ya no debes llorar más, sé fuerte que esto pasará”. “Otros han pasado por lo mismo”. “Dios necesitaba a tu hija en el cielo”. “Puedes tener otro hijo”, etc. Más bien, preguntemos: “¿cómo te sientes?”. Esto permite que se abran para expresarse libremente o que lloren o griten, si así lo quieren.
--Victor A. Alers Serra es tanatólogo y consejero pastoral. Posee doctorados en consejería pastoral y capellanía comunitaria. Actualmente cursa estudios de Psicología Clínica. Reside Puerto Rico.
el Intérprete, enero-febrero, 2013