Ninguna fiesta de la iglesia cautiva mi corazón como la Cuaresma. La palabra cuaresma viene de la palabra anglosajona lencten, que quiere decir "primavera". La palabra habla del tiempo en que nos movemos del invierno hacia el verano.
La Cuaresma abarca los 40 días (excluyendo los domingos) que median entre el miércoles de ceniza y el domingo de resurrección. Tradicionalmente, ha sido un tiempo de ayuno para conmemorar los 40 días en que Jesús ayunó en el desierto después de su bautismo.
Además, la Cuaresma nos recuerda los 40 días que Elías y Moisés ocuparon con Dios, así como los 40 años que el pueblo de Israel pasó en el desierto.
La Cuaresma prepara el camino para la más grande fiesta de todo el año cristiano, la muerte y la resurrección de Jesús.
Después de la resurrección, viene Pentecostés o la venida del Espíritu Santo, que es una temporada que se extiende todo el verano hasta que se celebra a Cristo como Rey, alrededor del Día de Acción de Gracias.
La Cuaresma es la temporada perfecta del año para la meditación y la soledad. Al viajar espiritualmente hacia el desierto, la Cuaresma es un tiempo para reexaminar nuestras fronteras para volvernos alinear, para arreglar nuestra relación con Dios y el mundo a nuestro alrededor.
En esta oportunidad, deseo sugerir el camino de la simplicidad. La simplicidad no es un camino fácil. La vida es muy compleja y es complicado caminar la senda de la simplicidad, pero las ganancias son enormes.
La simplicidad no tiene que ver con la pobreza, la renuncia a las posesiones o una lista de lo que uno puede o no puede hacer. Más bien, la simplicidad es una disciplina espiritual que reorienta la vida organizándola para un propósito.
Es algo espiritual porque trata íntimamente con las creencias y perspectivas que forman y ordenan nuestras vidas. La simplicidad es una disciplina porque cuesta trabajo y tenemos que practicarla a fin de que afecte nuestras vidas.
El instalar nuestras vidas en un centro reduce las grietas de nuestras vidas. Nuestras prioridades son alineadas para que se centren en nuestras vidas. La forma en que vivimos la simplicidad en términos de tiempo, energía y dinero es un reflejo de nuestras creencias internas. El camino que cada uno tome será único a nuestras diferentes situaciones.
A un nivel muy básico, la simplicidad significa ser honestos y sinceros con nosotros mismos acerca de nuestra fe y lo que realmente nos importa. La simplicidad requiere, al menos, dos cosas: estar dispuesto a ser vulnerable de modo que nos abramos a Dios y a la vida; y creer que es el camino de Dios para que tengamos una vida abundante.
Si usted cree que la simplicidad es un camino que a usted le gustaría caminar, lo puede hacer en muchas direcciones. Por ejemplo, la expresión externa de la simplicidad puede ser material, relacional, financiera o espiritual. El aspecto material tiene que ver con disponer con las cosas materiales de su vida. ¿Está su hogar lleno de cosas que añaden belleza y función, o simplemente están acaparando espacio y requiere energía y dinero para mantenerlas?
El aspecto relacional tiene que ver con nuestras relaciones con la gente y con el tiempo. ¿Realmente escuchamos a otros? ¿Reciben los que amamos el tiempo y energía que reflejan propiamente que son una prioridad para nosotros? ¿Cómo usamos el tiempo? ¿Gastamos demasiado tiempo en cosas innecesarias?
La simplicidad financiera abarca la forma en que gastamos el dinero o el crédito. ¿Son sabias nuestras inversiones? ¿Agradan a Cristo? ¿Ayudan a los demás?
La simplicidad tiene que ver con nuestra relación con Dios y con la forma en que entendemos la vida. Incluye la honestidad y la integridad.
La simplicidad afecta toda área de nuestras vidas, porque abrimos más facetas de nuestro existir a Dios. Escoja lo que más le atrae y empiece su viaje hacia la simplicidad, confiando en la gracia de Dios.
*La Rda. Hagmann es capellana para el servicio de hospicio en Austin, Texas. Ha escrito el libro Climbing the Sycamore Tree: A Study on Choice and Simplicity.