El tiempo entre Cuaresma y el Domingo de Resurrección nos llama a un tiempo de transformación como ningún otro. La primavera se presenta exuberante con nueva vida, nuevos comienzos y nuevo crecimiento.
Sin embargo, muchas veces queremos correr hacia la resurrección sin abrazar por completo el proceso de Cuaresma que desemboca en la nueva vida. La Cuaresma refleja los 40 días que Jesús estuvo en el desierto, siendo tentado por Satanás, para prepararse para un ministerio que terminaría en una forma trágica. Pocos de nosotros, podríamos relacionarnos al nivel de sacrificio y compromiso que Jesús exhibió en estos cuarenta días. No obstante, la Cuaresma nos provee de la oportunidad de profundizar nuestra realidad espiritual por medio de practicar una disciplina espiritual. El desierto o Cuaresma es el verdadero camino hacia la transformación espiritual.
Hay una poderosa metáfora que nos podría ayudar a abrazar el desierto y prevenir que nos apuremos hacia el Domingo de Resurrección. Se trata de la metáfora de la semilla. Jesús empezó su enseñanza con la parábola del sembrador (Mateo 13). Si adoptamos la metáfora del crecimiento espiritual contenida en la semilla, aprenderemos una gran lección de transformación de 6 puntos.
Las semillas necesitan un medio ambiente adecuado
Una semilla que no tenga un suelo apropiado podría brotar pero pronto morirá. Si no hay agua y nutrientes, el crecimiento será limitado. Sin el sol y el cultivo, las plantas decaen. Las semillas necesitan un medio ambiente adecuado. Esto se aplica al medio en el que crecemos como cristianos. Nuestro ambiente debe proveer un flujo de seguridad, desafío, inspiración, aprendizaje y servicio. Creamos este ambiente por medio de la oración, el estudio, la adoración, la comunión y el servicio.
No es posible apurar el crecimiento de una semilla
Las semillas toman cierto tiempo para brotar, echar raíces y crecer, y no se puede apurar el proceso. En el plan de Dios, el tiempo que toman las cosas es el tiempo adecuado. Pero le gente se impacienta. Hoy vivimos en la era de la gratificación instantánea. En cambio, las semillas nos enseñan a esperar y a ser pacientes. La formación cristiana es un proceso similar al del crecimiento de la semilla. No hay crecimiento sin paciencia.
Las semillas crecen a ritmos distintos
Si uno planta un grupo de semillas, uno verá que no todas crecen a la misma velocidad. Algunas brotan casi de inmediato y experimentan un crecimiento continuo. A veces, las que brotan más tarde, florecen más temprano. Otras veces, las semillas que brotaron pronto se estancan y enferman. El crecimiento no es parejo y muchas veces es caótico. Nada de lo que hagamos cambiará la diversidad que aceptamos como normal. Pero no tenemos la misma aceptación en cuanto al crecimiento espiritual de los creyentes. Pensamos que podemos producir discípulos en serie. La semilla nos enseña que cada uno madura a su propio paso. La diversidad es la única situación de normalidad.
Los cambios vienen en etapas
Observemos cómo crece cualquier planta desde la semilla a la maduración plena, y uno encontrará difícil de creer que se trata de la misma planta. Aunque el crecimiento sigue un proceso estable, se produce en etapas. Cada etapa tiene características únicas. Lo mismo ocurre con nuestro crecimiento espiritual. La fe y la investigación producen devoción y discipulado. El aprender viene seguido de la capacidad de enseñar. El seguir a los líderes se convierte después en liderazgo. El crecimiento en la comunidad de fe evoluciona hacia el servicio en el mundo. Nos movemos a través de etapas en el desarrollo de la fe.
Las semillas contienen el pasado y el futuro
Cada semilla es el producto de una generación anterior y contiene el código genético para el futuro. Las semillas contienen información que produce transformación. Cada generación edifica sobre la última y, a la vez, pone el fundamento para la generación que viene. La Biblia es la información que contenemos y que es pasada a través de las edades y preservada en nosotros para el futuro. Es en esa información bíblica donde está el poder para transformarnos.
Las semillas tienen un propósito que van más allá de ellas
El crecimiento de la semilla es un medio para lograr una meta. A menos que las semillas produzcan otras semillas, no tienen propósito. La transformación no es un fin en sí mismo. El cambio ocurre para guiarnos a un nuevo lugar. El crecimiento no viene sólo para que sepamos más, sino para que hagamos más. El fin de la semilla está en su fruto. El crecimiento que no lleva a un cambio de conducta no es sano, es canceroso. Crecemos para algo más grande que nosotros mismos.
Las lecciones que nos enseña la semilla producen un tiempo de preparación y anticipación para la obra a la que Dios nos llama.