Por Abraham Luis Paula Ramírez
12 de febrero de 2015.
El próximo será el miércoles de cenizas, llamado así por la acción litúrgica de colocar cenizas en las frentes de los fieles como oportunidad de expresar visiblemente la actitud contrita del corazón que se reconoce pecador. Las palabras del celebrante en el momento de la imposición recuerdan a los creyentes su condición humilde y carácter transitorio de la vida humana en comparación con la santidad y eternidad de Dios, “recuerda que del polvo eres y al polvo volverás”. Con esta celebración comienza para la Iglesia Cristiana la temporada litúrgica llamada “Cuaresma”. Ondeemos un poco en el significado de la ceniza, ¿qué simboliza la ceniza?
En la tradición bíblica la ceniza simbolizaba la humillación y arrepentimiento ante Dios. Recordemos las palabras de Job después de haber experimentado la presencia omnipotente del Señor en medio de su sufrimiento y aflicción: “Hasta ahora, solo de oídas te conocía, pero ahora te veo con mis propios ojos. Por eso me retracto arrepentido, sentado en el polvo y la ceniza”. El profeta Daniel ayunaba vestido con ropas ásperas y sentándose sobre la ceniza, expresaba su dolor y preocupación por el futuro de su pueblo que sufría la experiencia del destierro. Dios, por la boca por la boca del profeta Ezequiel, anunciando la destrucción de la ciudad de Tiro, cuyos habitantes por su destreza en el comercio y la navegación se imbuyeron en la riqueza material y no le tuvieron en cuenta, les dijo: “se cubrirán la cabeza de polvo y se revolcarán en ceniza” (Ez. 28, 18). Así que para reconocer ante los demás y para convencerse así mismos que realmente eran “polvo y ceniza”, muchos son los personajes bíblicos que se sientan sobre ceniza o se cubren la cabeza de ceniza, otro ejemplo es el rey de Nínive, ante la predicación de Jonás (Jonás 3, 6).
El mismo Jesús durante su ministerio, reprende a aquellos pueblos que cerraron su corazón al anuncio del reino de Dios. Les decía: “Ay de ti, Corazín! Ay de ti Batsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubiesen hecho los milagros que se han hecho entre ustedes, ya hace tiempo que se habían vuelto hacia Dios, cubiertos de ropas ásperas y cenizas”.
Cubrirse de cenizas significa entonces, declarar públicamente que somos frágiles, incapaces, pecadores que buscan la misericordia de Dios. Al que reconoce que realmente no es nada y busca continuamente la misericordia de Dios totalmente alcanzable por la obra de Cristo en la Cruz, él le cambia la tristeza en alegría, y la ceniza en corona, como promete por boca del profeta Isaías “una corona en vez de ceniza”. El ritual de la imposición de la ceniza nos lleva a reconocer nuestra nada, somos tan poca cosa como ese polvillo que vuela con un soplido de brisa, o que desaparece de tan solo tocarlo.
El fruto más importante del Miércoles de Ceniza, tiene por fin entonces, llevarnos a la conversión, ¿qué es convertirse? Nos los dice muy claro la liturgia en el texto tomado del libro del profeta Joel, el cual encabeza la celebración de la Palabra: “Vuélvanse a mí de todo corazón... Vuélvanse al Señor Dios nuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento para la cólera y rico en misericordia”. (Joel 2, 12-1)
Convertirse es volverse a Dios, dejar los caminos torcidos, regresar a la senda marcada por la Cruz, acercarse más a él mediante el ayuno, la oración y obras de caridad, sí porque la conversión debe ser verdadera, viva, no aparente, por eso continua Joel: “enluten su corazón, no sus vestidos”. Es decir: el cambio debe ser interior, en el corazón, no puede ser la ceniza en la frente sin un verdadero regreso, si es que estamos de espaldas a Dios, o un verdadero acercamiento, si es que estamos de frente a Dios. Todos sabemos lo que debemos dejar, cual es aquella falta en la que perseveramos y Dios desea que abandonemos, la Cuaresma es el tiempo propicio para ese arrepentimiento, es la Cuaresma un periodo de ejercicio de la fe.
Ahora pudiéramos preguntarnos, ¿qué dio génesis a este tiempo celebrado por la Iglesia Cristiana? Fueron nuestros primeros hermanos quienes en su observancia devota a los días de la pasión y resurrección de Jesucristo, comenzaron a prepararse para ellos por medio de una estación de penitencia y ayuno que duraba cuarenta días. Esta estación proporcionaba la ocasión en que los catecúmenos eran preparados para recibir el Santo Bautismo, también era el momento para que cuantos se había separado del cuerpo de los fieles, a causa de sus pecados notorios, eran reconciliados mediante la penitencia y el perdón, y restaurados a la comunión de la Iglesia. De este modo se recordaba a la congregación el mensaje de perdón y absolución proclamado en el Evangelio de nuestro Salvador, y la necesidad constante de todo cristiano de renovar su arrepentimiento y su fe.
La Cuaresma como tiempo de conversión y purificación, tiene fuertes antecedentes en la manera en que Dios trató con su pueblo Israel a través de toda la historia de la salvación. Si nos remitimos a la Biblia se puede decir que el pueblo de Israel nació en la Cuaresma del desierto, cuarenta años peregrinando hacia la tierra prometida por el camino más largo. El trayecto más corto era subir de Egipto a Palestina, sin dejar la tierra firme y sin tener que atravesar el mar rojo. Todo esto como plan del Altísimo para demostrarle su poder, amor y providencia, fue necesario que estuviera apartado para que al final pudieran ver el cumplimiento de la promesa. De este retiro fueron ejemplos Moisés y Elías, solo después de cuarenta días de ayuno fueron testigos del poder de Dios, aún más Jesús, quien después de haber sido bautizado por Juan, se retiró en el desierto cuarenta días y cuarenta noches en ayuno, antes de comenzar su ministerio público. Si tenemos en cuenta que Cuaresma es también purificación del espíritu, no debemos olvidar que cuarenta días y cuarenta noches duró el diluvio que purificó la tierra del pecado y la maldad del hombre.
Motivados por tales ejemplos la Iglesia de Jesucristo está llamada a ir al desierto, no pensemos nunca que este tiempo que comenzamos se nos propone como fruto de la inventiva de un grupo de creyentes que no tenían nada que hacer, si creyéramos esto, estaríamos negando la inspiración del Espíritu Santo en medio de la Iglesia. Debemos saber leer en clave de fe, cuando el Señor nos insta de alguna manera, de esta u otra forma en lo referente a un asunto, no podemos estar con rodeos, debemos rendirnos amorosamente y cumplir su propósito. Es por eso que la Cuaresma es un tiempo para ser vivido por nosotros hoy como un sacramento de salvación, dice el apóstol Pablo en la segunda lectura del Miércoles de Ceniza: “ahora es el tiempo favorable; ahora es el día de la salvación”.
Jesucristo ha inaugurado el tiempo de salvación, de reconciliación, el apóstol nos propone la reconciliación con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, de modo que abandonemos todo temor, dejemos de pensar que Dios es más dado a la cólera que al perdón y nos abandonemos ante el autor de la vida, Fuente del Amor. En la segunda carta a lo corintios, capítulo 5, versículo 20, Pablo emplea el verbo griego “katallasso”, “reconciliarse”, característico de las relaciones matrimoniales, empleado para hablar de la reconciliación de los esposos cuando retornan a la vida íntima matrimonial que habían roto. De esta manera exhorta a los cristianos a volver a la unión con Dios, rota por el pecado, y prepararse como la novia que espera a su Señor apercibida, con su lámpara encendida y vestida de lino fino y resplandeciente.
Busquemos el recogimiento donde oigamos a Dios, dediquemos estos cuarenta días a la conversión que nos habla Isaías: “Convertíos a mí de todo corazón” (Isaías 25, 6). Es el corazón lo que pide el Señor, nuestra intimidad mejor, la más profunda, que pongamos nuestro pensamiento y cariño en el que continuamente nos llama. Cambiemos el corazón y no el traje, la voz del profeta Joel desea remover los cimientos mismos de la religiosidad y convertir los símbolos de luto en camino de conversión para todo el pueblo. Son días de no aceptar las imágenes de hambre, pobreza y angustia protegidas por la pantalla del televisor, como si parecieran lejos y no fueran una realidad visible de nuestra cotidianidad. Dejemos que nuestra vida se anime por el mismo espíritu de Jesús, de modo que la oración no falte en nuestros labios y la solidaridad se convierta en la expresión del amor fraterno. Nunca pretendiendo que nuestras obras sean alabadas ni reconocidas por los demás, actuemos de forma discreta, de modo que siempre reconozcamos que no somos nada delante del Señor, para que de él venga la recompensa.
Esta es una oportunidad de apartarnos del egoísmo, de humillar el espíritu en el ayuno, puede ayunarse no solo de alimentos y de bebidas. Puede ayunarse de televisión, por ejemplo, que bueno sería si dedicásemos parte del tiempo que pasamos delante del televisor, orando en familia, o leyendo la Biblia o en realizando alguna obra buena en favor de alguien que esté necesitado. La oración y el ayuno son medios para regresar a Dios y acercarnos más a él, las obras de caridad son el fruto de esa conversión.
Así como nos los indica el color morado presente en los ornamentos del altar durante este tiempo, es hora de inclinarnos ante el Rey con reverencia, y esperar pacientes su glorioso triunfo sobre la muerte, este que es también el nuestro. Vayamos confiadamente al trono de la gracia y roguemos al Señor diciendo:
Señor, tu que nos hiciste del polvo de la tierra, danos la fuerza para reconocer las debilidades que nos acusan, la frialdad que nos detiene, las sombras que nos atrapan. Muévenos al arrepentimiento, quema todo lo que nos separa, ayúdanos en entender que no es nuestra la luz con que brillamos, que aquel objeto de gloria, mañana puede llegar a ser cenizas. Por tanto, te pedimos que nos cubras con la fuerza del Espíritu y como un día purificaste la Tierra con las aguas del diluvio, limpia nuestro interior para poder ver con claridad los signos de tu resurrección. Por Cristo Jesús. Amén.
Tomado y apatado del portal facebook de la Iglesia Metodista Unida Wesley Hispanic: https://www.facebook.com/WesleyHispanic/posts/576570655772488